Se suele decir que la mayor amenaza de un tiburón está en su
dentadura, pero en esta foto los dientes del escualo inspiran menos miedo que
los dientes de leche de un niño. El elemento más siniestro de esta imagen está
en la mirada. Ya lo dice la sabiduría popular: los ojos son el espejo del alma.
Un dicho al que mi abuelo recurría con cierta frecuencia cuando daba consejos
de abuelo a sus nietos adolescentes.
Él había recorrido mucho mundo y en todas partes se cruzó con
muchas miradas, amables unas y sinceras otras. Pero también siniestras, y
muchas: en los campos de caña en Cuba; durante la guerra del Rif; antes, durante
y después la Guerra Civil española o durante las sesiones de exorcismo que se
practicaban en la iglesia de la que él fue sacristán durante muchos años. Siempre
decía que había que mirar a los ojos a las personas. A las amigas, pero sobre
todo a las que no lo eran, pues en los ojos de las personas se podía adivinar
si sus intenciones eran buenas o malas. Era una delicia escucharle, pues era un
gran contador de historias. A falta de tele en aquel entonces, por las noches
solía contarnos cuentos de Las 1001 una
noches, el único libro que leyó en sus 95 años de vida, y también historias
de sus propios viajes. Tenía una manera muy didáctica de narrar y siempre cerraba
sus relatos con una moraleja. Y era también una gran orador. En aquel entonces, entre las funciones de un
sacristán, estaba la de pregonero. Al terminar la misa de domingo todos los
parroquianos se quedaban un rato en el atrio para escuchar los avisos y comunicados
de todo tipo que mi abuelo recitaba en voz alta. Es muy conocido un anuncio que
hizo con ocasión del hurto de una hoz que un vecino había cometido. A la
víctima le daba un poco de reparo entrar en conflicto con el vecino, pues sabía
quién había sido, pero también le daba rabia perder su herramienta de trabajo. Un
dilema que puso discretamente en manos de mi abuelo. Ese mismo domingo el último
comunicado sonó tal que así: “Aquella
persona que haya encontrado una hoz antes de que su dueño la perdiese, que tenga
a bien depositarla en la sacristía el próximo domingo”. Al domingo
siguiente la hoz apareció en la sacristía y allí paz y después gloria.
Uno de los consejos que
mejor recuerdo fue el que me dio en una ocasión, tendría yo doce o trece años,
en que había tenido una pelea con un compañero del colegio. “Nunca te metas en líos, - me dijo, muy
serio y muy solemne, pero si ves que no
puedes evitarlos, procura dar tú primero, que es lo que llevas ganado. Y si
algún día te amenazan con una navaja, nunca le mires a la mano, mírale siempre
a los ojos”. Afortunadamente nunca me vi en esa tesitura, y espero no verme
nunca, pero me quedé con el consejo, ya que es aplicable a muchos ámbitos de la
vida, pues las amenazas que nos acechan no siempre son en forma de arma blanca.
La imagen de este tiburón de juguete me parece fascinante por dos razones: por un lado, porque me trae recuerdos de una persona muy especial y, por otro lado,
porque bien sea mérito del fabricante del juguete, bien de la autora de la foto,
le encuentro un gran valor didáctico y pedagógico a la imagen. Tanto o más que a
un consejo de abuelo.(Fotografía: Belén Castro Fernández)
Es una maravilla tener referencias de gente sabía y mayor. Enhorabuena por partida doble. Por el artículo y por la persona que lo inspiró.
ResponderEliminarGracias, Lucas, también por partida doble, por valorar el relato y por el gesto para con la persona al que está dedicado.
ResponderEliminarSin duda sales a tú abuelo. Es una gozada leerte. La frase cita de tú abuelo en la iglesia fue de lo más ocurrente. Sin duda que fue genio y figura. Besos de la burgalesa.
ResponderEliminarGracias, burgalesa, sí que lo era, un gran conversador y contador de historias, creo que sí heredé un poco de su pasión.
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