martes, 2 de junio de 2020

434. La partida


Un sábado de madrugada llega a casa después de haber apurado todo lo que pudo la noche con sus amigos. Nada más entrar ve que hay luz en la cocina. Qué raro, -piensa- con el cuidado que su madre siempre tiene con las luces. Casi tanto como su padre con las llamadas de teléfono. Va a la cocina y se los encuentra a los dos jugando una partida de ajedrez, muy concentrados. Nunca antes los vio jugar al ajedrez. Sí, a la escoba o al tute alguna que otra vez, pero al ajedrez, jamás. Los saluda, pero ellos no le devuelven el saludo, ni siquiera apartan la mirada del tablero para mirarle. Piensa que estarán enfadados, como tantas otras veces, por volver a casa tan tarde. Él tampoco insiste, no tiene el cuerpo para discusiones, Juanma le estuvo dando la brasa todo el rato con lo de su suplencia en el partido del domingo anterior y Charo no le paró bola en toda la noche. Calienta un tazón de leche, le pone dos cucharadas de cacao, coge una silla y se sienta algo separado de la mesa. Los observa mientras toma el cacao a sorbitos, soplando, pues está muy caliente. Se fija en el tablero y ve que están jugando una partida muy extraña. Su padre juega con las figuras nobles: reyes, reinas, alfiles, caballos y torres y su madre con los peones. Ella tiene sus figuras distribuidas de forma aleatoria, negras y blancas todas mezcladas. Su padre, en cambio, tiene sus fichas organizadas en bloques, por géneros y por colores. En el flanco derecho las figuras blancas, en el izquierdo, las negras. En primera fila las masculinas: los caballos, los alfiles y el rey blanco. Detrás, las femeninas: las reinas, las torres, y también el rey negro. Él mueve las fichas con aire de superioridad, en movimientos rápidos y enérgicos. Su madre se lo piensa mucho antes de hacer cada movimiento. Después de perder siete peones en menos que canta un gallo, en una jugada muy hábil y con un poco de fortuna, logra comerle el rey blanco. Su padre esboza una sonrisa sarcástica, como si quisiera dar a entender que se ha dejado comer esa ficha, por tener un gesto magnánimo antes de la victoria cantada. Está claro que la partida va a ser una escabechina, por lo que apura el cacao, deja la taza en el fregadero y se va a su habitación sin decir ni buenas noches. Al abrir la puerta de su cuarto se encuentra a sí mismo metido en cama, durmiendo a pierna suelta y llenando todo el espacio de ronquidos y efluvios de cerveza. Entra en pánico, pues cae en la cuenta de que se ha escapado de su propio sueño y ahora no sabe cómo volver a entrar en él antes de que se despierte.

Conectando esta relatografía con la reflexión de la entrada 86 de este blog “(…) los labios más dulces pueden dejarte el peor sabor de boca (…) las palabras más sinceras pueden dejarte la herida más profunda (…) la más firme convicción puede derrumbarse por una tontería (…)”, también se puede afirmar que la imagen más hermosa (en este caso, perfecta en composición, iluminación y ejecución), puede recordarte la peor de tus pesadillas. 

(fotografía: Marcos J. Castro Fernández)

4 comentarios:

  1. Bufffff.. Impactante!! K sensación tan extraña. Me ha sobrecogido. MAGNIFICO! La burgalesa

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    1. Gracias, burgalesa, las pesadillas es lo que tienen, te dejan siempre muy mal cuerpo, ponerlas por escrito ayuda a conjurarlas

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