martes, 16 de febrero de 2021

455. Recuerdos sin datar

Dicen que los poemas siempre se escriben para alguien (y, según Machado, sólo se escribe sobre lo que se ha perdido, pero eso ahora quizás no venga muy a cuento). Hay poemas que uno escribe cuando tiene, ya no recuerda muy bien, 18, 23 o quizás 31 años, sin saber muy bien por qué ni para quién. Pero ahí están, olvidados en algún cajón sin memoria, mezclados con alguna foto, tarjeta postal o recorte de periódico. Pero un día, cumplidos los 47 años, quizás 50 o 52, los poemas aparecen, así de repente, y adquieren un sentido posiblemente distinto al que tenían cuando fueron escritos. Un sinfín de recuerdos empiezan a cobrar vida: el eco lejano de una canción que viene a llenar el presente de nostalgia; el tren equivocado al que te subiste demasiado apresurado; una confesión que te hizo saltar de alegría; aquella invitación que rechazaste; la llamada que no devolviste y aquella otra que tardaste más de 30 años en hacer; aquel pulso que perdiste cuando llevabas todas las de ganar, y nunca supiste a qué fue debido; el daño que hiciste sin querer, o sin saber; todo lo que diste, sin pedir nada a cambio; aquella negativa que aceptaste sin más; esas personas a las que diste un papel importante en tu historia y cayeron tan pronto en el olvido; y aquellas otras, que parecían no estar ahí, que casi ignoraste, pero el tiempo les otorgó un papel relevante en tu vida; y esa infancia perdida, perdida, pero que nunca te olvida. Y de golpe caes en la cuenta de que lo que más duele no son las pérdidas, sino las decepciones. Pero todas estas evocaciones que emanan de esos poemas han pasado por la batidora de la historia, de tu historia, en minúscula, y en ésta ya no importa el lugar, el día, o cómo se sucedieron los acontecimientos o se escribieron esos versos. Aquí la biografía, tu Biografía, en mayúsculas, se lee como Rayuela de Cortázar, de cualquier manera, sin importar el orden de los capítulos. A estas alturas sólo importa la emoción que perdura, el sentimiento, posiblemente transformado y sublimado. Porque la memoria es selectiva, dicen, y muy puñetera, pero también comprensiva e indulgente.

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