domingo, 20 de febrero de 2022

479. Expectativas

La primera vez que pasó por delante del portalón le cautivó el enunciado del rótulo. Los coches antiguos eran una de sus pasiones. Se pasaba horas delante del ordenador buscando información sobre coches clásicos: el Citroën 2 CV, el Renault 4L, el escarabajo, el Ford Mustang y tantos otros. Por el estado deslucido del rótulo, los coches en él aludidos a la fuerza tendrían que ser modelos antiguos, pensó. Además, por la climatología reinante y por la hora del día era muy probable que el propietario o propietaria saliese a airear el vehículo en un paseo vespertino. Así pues, se sentó en un banco que había enfrente del garaje y sacó su teléfono móvil para llegado el momento poder hacerse con un par de instantáneas del coche. La ilusión y entusiasmo generados por las expectativas puestas en el enunciado de aquel rótulo hicieron que las dos primeras horas se le pasaran, como quien dice, volando. Pero según avanzaba la tarde le fue invadiendo la impaciencia y el desasosiego y cuando ya empezaba a anochecer, se dio por vencido, se levantó y se fue a casa decepcionado. Una sensación, la de sentirse decepcionado, que él conocía muy bien y que en los últimos años se repetía cada vez con más frecuencia. Odiaba las señales de tráfico que le alertaban del peligro de toparse con un venado en la carretera, pues en su vida había visto ningún ciervo, o algo que se le pareciese, cruzar la calzada. En una ocasión, cuando se había matriculado en la Escuela Oficial de Idiomas, entró en un bar del casco histórico que lucía un rótulo en el escaparate que rezaba: se habla inglés. Entró para pedir un gintonic y un sandwich de bacon y resultó que el camarero que le atendió le habló en gallego. En los grandes almacenes, cuando se le acercaba una vendedora y le decía: le puedo ayudar, nunca sabía cómo entender ese enunciado, si como una afirmación, una interrogación o como las dos cosas a la vez. Una psicoanalista, a cuyos servicios tuvo que recurrir, por razones que aquí y ahora no procede traer a colación, le explicó que la causa de sus decepciones no estaba en el mundo que le rodeaba, en los otros, en los enunciados ambiguos, sino en él mismo. Según ella, se sentía decepcionado porque se creaba demasiadas o incluso falsas expectativas a partir de indicios muy poco consistentes. Le costó casi un año y medio de terapia entender y aceptar el diagnóstico. Pero al poco tiempo de dar por bueno ese dictamen médico, pasó casualmente de nuevo por delante del garaje, justo en el momento en que el portalón se cerraba y apenas acertó a ver un trozo de un capó rojo carmín, un faro circular y un logo cromado y reluciente con forma de un caballo al galope y una placa de matrícula que contenía una C y un número de cuatro cifras. 

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