jueves, 26 de julio de 2012

96. Austeridad

Él pensaba que se podía tener el control sobre todo lo que sucede alrededor de uno y siempre creyó llevar bien sujetas y seguras las riendas de su vida. Además, estaba convencido de poseer un don que le permitía saber elegir siempre lo que más le convenía, a él y a los suyos. Y esto lo sentía él así desde una edad muy temprana, quizás desde aquella tarde en que su padre lo llevó por primera vez al parque y le compró un helado. La heladera lo miró risueña por encima del mostrador y le preguntó de qué sabor quería el polo, si de naranja o de limón. Él se tomó su tiempo antes de decidirse y al final optó por el polo de limón. Luego, según fueron pasando los años, se le fueron presentando otras disyuntivas y él siguió eligiendo con mucho criterio: en el instituto eligió letras, en la facultad prefirió derecho a la filosofía, de sus novias prefirió a la rubia, la boda por la iglesia, el coche con motor diésel, el piso en una urbanización, la hipoteca a treinta años. Era un tipo con suerte, pues su primer retoño fue un varón y el segundo una niña, tal como él deseaba; el colegio de los niños lo prefirió concertado, en política optó siempre por el partido conservador y la suegra la quiso tener en casa, en vez de enviarla al geriátrico. Nunca dudaba de sus decisiones, “la fortuna sonríe a los decididos” – solía decir con frecuencia. Y sus amigos también lo creían así, pues en una ocasión le tocaron 6.000 € en la lotería de Navidad y la única vez que fue al Santiago Bernabéu le cayó del cielo un balón pateado por Fernando Hierro, su gran ídolo futbolístico. Mas de golpe un día las cosas empezaron a cambiar, ni él mismo sabría decir cuándo, si antes o después del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El alzheimer le hizo mudar de opinión con respecto a su suegra. Su hija, de 17 años, tuvo un embarazo no deseado y, para más inri, le diagnosticaron una malformación en el feto. Justo un mes antes había entrado en vigor la nueva ley del aborto y para costear el viaje a Londres se vio obligado a pedir un crédito personal. Su mujer se largó con un tipo, un promotor inmobiliario implicado en varios casos de corrupción. El hijo volvió a las andadas con las drogas. Su empresa anunció nuevos despidos y él estaba en la lista. En los telediarios se veía a los ministros correteando como pollos sin cabeza por los pasillos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo y a la vuelta volvían a anunciar más recortes. En aquellos días “austeridad” era la consigna para todo y las esperas para ser atendido en el Hospital Clínico duraban meses. Ya ni recordaba cuándo habían empezado sus dolores de espalda. Después de las segundas pruebas médicas que le practicaron ya quedó ingresado. Los dolores fueron arreciando, pero como las nuevas leyes prohibían los cuidados paliativos él tuvo que abandonar este mundo después de una larga y dolorosa agonía. Sus hijos no pudieron asistir al funeral, el chico cumplía condena en Tailandia y la niña vivía con un tipo en Sarajevo y apenas tenía contacto con su padre. Su mujer no hubiera asistido al funeral aun en el caso de que alguien la hubiera avisado. Su compañía de seguros había sido intervenida unas semanas antes de él pasar a mejor vida y ahora su póliza de decesos no cubría una simple lápida donde colocar su nombre. Pero antes de dejarnos, cuando estaba postrado en una desvencijada y maloliente cama de hospital público y los dolores todavía eran soportables, en más de una ocasión recordó aquella tarde de verano en el parque preguntándose qué habría sido de su vida si en vez del polo de limón hubiera elegido el de naranja.

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