lunes, 4 de marzo de 2013

150. Pobre retórica

Los políticos que tenemos actualmente en España por lo general son de un perfil tan bajo que podría sentir vergüenza ajena por ellos, de no ser porque ese perfil bajo repercute negativamente en mi economía, lo cual más bien me indigna. Se trata de un fenómeno que no entiende de colores políticos, ni de denominaciones de origen, pero es obvio que son los del partido en el poder los que más salen en la tele y los que más hablan delante de los micrófonos y por tanto también los que más expuestos están a las críticas y al bochorno. Será por eso que son tan reacios a las ruedas de prensa y a dar explicaciones en el Parlamento y prefieren grabar sus discursos leídos y emitirlos en diferido.
Con la tan arraigada cultura del pelotazo, a los partidos políticos (especialmente a los mayoritarios y que tienen más posibilidades de formar gobierno u ocupar puestos de responsabilidad) han ido arribando unos individuos (que ya son legión) movidos, no por el afán de trabajar por el pueblo (como tan vehementemente proclaman cada vez que se ven implicados en alguna trama de corrupción), sino para acumular todo el dinero que sea posible (y poder llegar a ser propietarios del yate más grande club náutico). Ese afán por entrar en política y enriquecerse rápidamente conlleva que estos tipos, tan sobrados de ambición, arrojo y desvergüenza como carentes de talento, escrúpulos y formación (y cuando digo formación, no me refiero a estudios universitarios, pues uno puede salir de la universidad tanto o más lelo de lo que ha entrado). Unas carencias que se ponen especialmente de manifiesto cuando tienen que hablar en público, y da igual que lo hagan en castellano, gallego, catalán o valenciano (no incluyo el euskera porque no lo entiendo, pero me imagino que en el País Vasco la situación no debe de ser muy distinta). Muchos de ellos ni leyendo de un papel sin levantar la vista consiguen transmitir un mensaje de manera coherente. Su lenguaje y argumentos recuerdan a las discusiones de patio de colegio durante el recreo, pues hacen gala de muy poco ingenio, un vocabulario muy pobre, conjugan mal, pronuncian peor y desentonan tanto que a veces cuesta saber si preguntan o afirman. En los debates parlamentarios repiten una y otra vez el mismo argumento que les han indicado los asesores antes de subir al estrado; como mucho, los más diestros consiguen variar uno o dos adverbios en –mente o introducir un adjetivo descalificativo de cosecha propia, logro que siempre es celebrado con una gran ovación por parte de los diputados de su grupo. En el Congreso, templo concebido para la práctica del noble arte de parlamentar, - argumentando, rebatiendo, puntualizando, razonando, concluyendo, seduciendo por medio del lenguaje -, nuestros diputados se dedican a vociferar, gemir, balbucir, carraspear, gruñir y escupir improperios, haciendo que aquello parezca más bien un espectáculo de wrestling (con unos protagonistas sobreactuando y un público que jalea las acciones de sus ídolos fingiendo creer lo que está viendo).
Mientras esto escribo, escucho por la radio parte del discurso que Antonio Banderas pronunció en Sevilla con motivo de su nombramiento como hijo predilecto de Andalucía, y escuchándolo me emociono y tengo que secarme un par de lágrimas furtivas – no sé si debido a lo bien que ha hablado este chico malagueño o por lo rematadamente mal que lo hacen quienes se enriquecen con mis impuestos.

1 comentario:

  1. Eu diría, que máis que ter moitos políticos ladróns, temos moitos ladróns en política.
    ¡Menudo Quixote escribiría Cervantes con estes personaxes!
    Un olla ao redor e entende por que os españois tragaron corenta anos coa ditadura.¡E que tragamos con todo!
    Un saúdo.

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