martes, 7 de abril de 2015

241. Aeropuertos

Por su arquitectura, los aeropuertos en general son edificaciones más bien frías, impersonales, casi diría inhumanas; y desde un punto de vista estético tienen mucho en común con los centros comerciales. De hecho, uno a veces tiene la sensación de que las compañías aéreas a lo que se dedican es a conectar a todos los centros comerciales del mundo entre sí, trasladando clientes de un lado a otro. En ambos lugares predominan las superficies brillantes y luminosas, las líneas claras y racionales, el cristal y el acero, los espacios amplios (uno no acaba de entender por qué construyen los techos de los aeropuertos tan altos, con lo que eso debe costar en calefacción), y a ambos los caracteriza una especie de asepsia hospitalaria que se repite en la mayoría de los aeropuertos del mundo occidental. No obstante, hay una diferencia fundamental entre un aeropuerto y un centro comercial y es que los primeros son lugares que a pesar de toda su asepsia e impersonalidad están impregnados de emoción, fruto de las innumerables experiencias intensas vividas por miles de pasajeros en estos espacios. Quien haya viajado un poco por los cielos del mundo seguramente guardará en su memoria momentos inolvidables vividos en alguna terminal de aeropuerto. ¡Cuántos reencuentros largamente anhelados se han producido en las terminales de llegada, cuántas despedidas dolorosas en las de salida, cuántas lágrimas de felicidad o de pena se han vertido ante las puertas de embarque, en las terrazas de los miradores o en los controles de aduana! Y sin contar las situaciones especialmente trágicas, como los momentos dramáticos vividos por los familiares y amigos de los pasajeros que iban a bordo del avión de Spanair con destino a Gran Canaria en agosto del 2008, o del Airbus 320 de Germanwings que se estrelló, mejor dicho, estrellaron el mes pasado en los Alpes, por citar sólo dos de los aeropuertos, Madrid-Barajas y Prat en Barcelona, que un servidor más veces ha frecuentado. Todas esas vivencias, para bien o para mal, distinguen a los aeropuertos con una especie de magnitud de la que carecen por completo los centros comerciales.

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