A cada vuelta del
tambor de la lavadora el calcetín de rombos intentaba desesperadamente
acercarse al sujetador negro. Un par de veces casi lo consigue, incluso llegó a
rozarlo levemente, pero éste siempre lograba escabullirse entre la maraña de
camisas, suéteres y toallas. Quizás fue por eso, harto de tan perseverante
cortejo, que el sujetador se mantuvo oculto dentro de la bragueta del pantalón
de lino beige todo el tiempo que duró el centrifugado.
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