martes, 21 de junio de 2016

292. Refugiados


Ayer fue el Día Mundial del Refugiado y en los medios de comunicación se habló todo el día del problema de los cientos de miles, por no decir millones, de personas desplazadas a causa de las guerras haciendo especial hincapié en los refugiados sirios, que aguardan a no se sabe qué hacinados en campamentos a las puertas de Europa. Se censuró la hipocresía y la falta de humanidad de las políticas de la Unión Europea. Se habló de todo ello con sinceridad, rabia y tristeza. Pero hoy ha sido el Día Internacional de la Música, algún candidato ha dicho una barbaridad en el trascurso de algún mitin electoral (como si eso fuese noticia), jugaba la selección española de fútbol y el asunto de los refugiados pasó rápidamente a un segundo, qué digo segundo, a un tercer o cuarto plano. El mundo es así, el presente pasa a toda pastilla, nadie tiene la culpa (mejor dicho, todos tenemos nuestra parte de culpa de que el mundo en que vivimos sea como es). Me imagino que a lo largo de toda la jornada de ayer más de un niño le habrá preguntado a alguno de sus progenitores: ¿Mamá (o Papá), qué es un refugiado? A lo cual el progenitor habrá intentado ilustrar a su retoño aplicando la más sincera y apropiada de las pedagogías. Y supongo también que algún que otro niño con las explicaciones recibidas se habrá imaginado algo parecido a lo que vemos en la fotografía que acompaña a este texto.

viernes, 3 de junio de 2016

291. Una sonrisa



Una sonrisa cuesta tan poco y puede valer tanto, pero nos estamos olvidando de practicarla y el problema debe ser serio, porque cada vez se ven más activistas por la calle intentando rescatarnos. Benditos sean, pues me contaron la historia de un hombre solitario que estaba a punto de tirarse por la ventana de su casa (vive en un quinto piso) justo en el momento en que llamaron a su puerta. Es un hombre bueno y educado y siempre que llaman, abre. Aquella mañana, la sonrisa de la chica que quería hacerle socio del Círculo de Lectores le salvó la vida.

290. Dignidad




Tengo la impresión de que las casas se impregnan del espíritu de las personas que las habitan o las han habitado y acaban desvelándonos tanto acerca de la personalidad y carácter de los moradores como la forma de vestir o de caminar de éstos, como el tono de su voz o el modo de mirar; como el gesto al saludar o al sonreír o como el modo de estar, hacer y decir. La de la foto es a mi modo de ver un excelente ejemplo: pese al estado de abandono y desmoronamiento en que se encuentra, mantiene intacta toda su distinción, porte y respetabilidad. Se cae a trozos, pero lo hace en silencio, sin dramatismos y con una dignidad, elegancia y serenidad que sobrecogen.