Tengo la impresión de que las casas se impregnan del
espíritu de las personas que las habitan o las han habitado y acaban
desvelándonos tanto acerca de la personalidad y carácter de los moradores como
la forma de vestir o de caminar de éstos, como el tono de su voz o el modo de mirar; como el
gesto al saludar o al sonreír o como el modo de estar, hacer y decir. La de la
foto es a mi modo de ver un excelente ejemplo: pese al estado de abandono y
desmoronamiento en que se encuentra, mantiene intacta toda su distinción, porte
y respetabilidad. Se cae a trozos, pero lo hace en silencio, sin dramatismos y
con una dignidad, elegancia y serenidad que sobrecogen.
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