Mirándolo bien, es decir con ojo de cerrajero viejo, el
candado de la fotografía está claro que no resiste dos inviernos. Y es que en
el amor, como sucede con muchos electrodomésticos y otros bienes de consumo, parece
que la obsolescencia viene programada.
En los últimos tiempos la vida política española ha
degenerando hasta límites inimaginables. Los líderes de los principales
partidos se encuentran en un callejón sin salida, enrocados en planteamientos
interesados, cortoplacistas e irresponsables. En vez de mirarse a la cara y
buscar soluciones, viven de espaldas unos de otros; como mucho se miran de
refilón y con recelo. En vez de mostrar iniciativas parece que están esperando
a no se sabe muy bien qué, quizás a que un golpe de fortuna, una directriz
europea o un mandato divino ponga remedio y sentido. A nivel regional, o
incluso local, las cosas no están mejor, basta una simple mirada a la
disposición de estos bancos en un pequeño vecindario para constatar lo difícil
que es hoy día iniciar cualquier tipo de diálogo.
¿Me puedes
explicar, Homero, por qué una mujer tan bella, maravillosa y estupenda, por
cuya belleza aqueos y troyanos se
enzarzaron durante más de una década en una guerra, como todas las guerras,
trágica y absurda, no tiene una mayor presencia en tu poema? Entiendo
que la Ilíada es una obra que hay que entender en su contexto y sé que se trata
de una epopeya concebida para mayor gloria de dioses y héroes. Pero, hombre, aparte de
esa brevísima y plañidera intervención en la que Helena lamenta la pérdida de Héctor, podías haberle concedido algunas frases más con las cuales nos podría haber hablado algo de sí misma, y no sólo de su cuñado. Nos podía haber hablado, por ejemplo, de lo que opinaba ella de todo el lío que se montó, en teoría, por su culpa. Vamos, que podrías haberla hecho un poco más
visible, digo.
En el tercer
mundo, pongamos por caso en el altiplano de un país andino, en una aldea de
una república subsahariana o en un recóndito poblado a los pies de la cordillera
del Himalaya, esta simple y solitaria pieza de plástico puede ser mucho más que
eso. Puede convertirse en cualquier cosa y mucho más, puede volverse una bota
de fútbol, un barco a vapor, el camión de Médicos sin Fronteras, un generador
eléctrico, una fábrica de harinas, una caja de lápices de colores, un avión de
suministros, una planta potabilizadora de agua, el palacio de un príncipe, el
podio de unos juegos olímpicos, una escuela, un teléfono móvil, una caja mágica capaz de convertir las piedras en chocolate y tantas cosas más. En el
primer mundo, en cambio, tengo la sensación de que sólo es una inútil pieza
de Lego que no sirve para nada. Como mucho, y siempre y cuando que se consiguiesen reunir algunas piezas más, serviría para construir un muro.
En la entrada
nº 291 (6 de junio del 2016), se daba cuenta de la historia de una sonrisa que
evitaba que un hombre solitario se tirase desde un quinto piso. No conozco a
ninguno de los dos protagonistas de aquella historia, pero el pasado fin de
semana, poniendo orden en mi archivo fotográfico me topé con esta imagen y no
sé muy bien por qué, pero se me antojó que la sonrisa salvadora bien podría parecerse
a ésta.
Hasta que no enciendes una luz no eres consciente de la dimensión que tiene la oscuridad que te rodea.
En Navidad se prodigan las reuniones familiares y con
amigos durante las cuales se evocan numerosas vivencias del pasado. Se trata de
vivencias que conforman una especie de memoria compartida, una base de datos
común. Y claro, unos más y otros menos, pero todos nos emocionamos e
intentamos, felices y contentos, aprovechar estas reuniones para actualizar
nuestras propias bases de datos, nuestras propias memorias, como quien repone
las imágenes que se habían ido cayendo de su álbum fotográfico. Pero al reponer
esos datos, recuperados de esa memoria compartida, uno comprueba descorazonado
cómo el paso del tiempo ha ido restando volumen, brillantez y definición a
todos esos recuerdos.