El pasado miércoles, 24 de marzo, fueron muchos los
santiagueses que alzaron la mirada al cielo para ver pasar unos cazas del
Ejército del Aire. Aunque eran unas prácticas que estaban anunciadas,
más de uno se llevó una sorpresa al ver esos artefactos sobrevolando las torres
de la catedral. Una amiga incluso me comentó que había sentido miedo, o por lo
menos mucha preocupación. No es de extrañar, con una hija preadolescente este
tipo de cosas se perciben con mucha congoja. Yo procuré tranquilizarla intentando quitarle hierro al asunto y le dije que eran simples maniobras de adiestramiento
militar, como las que se practican cualquier día del año.
Esta anécdota (esperemos que se quede sólo eso, en una
anécdota) me retrotrajo a mi infancia en Suiza, un país neutral y pacífico, pero armado hasta los dientes y cuya población tiene garantizada una plaza en uno de
los miles de refugios antiaéreos distribuidos por todo el país (entre ellos
algunos túneles que horadan las montañas alpinas como un queso Emmental y que
pueden ser habilitados a tal efecto). Como Suiza es un país pequeño, para hacer
sus prácticas de adiestramiento los pilotos tienen que curzar todo su espacio
aéreo varias veces al día.
De niño veía con mucha frecuencia a los Mirage 5 surcar el cielo. Y no eran raras las ocasiones en que se
escuchaba un ruido estruendoso al romper los cazas la barrera del sonido. Fue muy
probablemente este el motivo por el que me aficioné a los aviones y le
pedí a mi madre que me comprase el libro Flugzeuge
der Welt, una especie de mini enciclopedia de la aviación, que incluía como
único representante español el CASA C.212 Aviocar. Una afición que me llevó pronto al
aeromodelismo, al que llegué a dedicar horas y horas montando con verdadera
devoción las piezas de los modelos del catálogo de Revell. Sentía especial
predilección por el Hawker Hurricane, el Supermarine Spitfire, el Mitsubishi A6M
Zero o el Junkers Ju 87, Stuka. La mini enciclopedia aún la conservo, pero los
aviones de plástico fueron sucumbiendo en las numerosas mudanzas que jalonan mi
biografía.
El sonido de los cazas suizos surcando el cielo
forma parte de mi memoria sonora, al igual que el ruido de los cortacéspedes los
sábados por la tarde, el de las campanas de las iglesias durante buena parte de
la mañana de los domingos o los cencerros de las vacas casi todos los días del año. En aquel
entonces veía los aviones como algo normal, como un juego, y no como un arma de
guerra.
Hoy día estamos muy condicionados por las noticias e imágenes que
nos llegan de Ucrania. Además, lo del miércoles vino a coincidir con las manifestaciones de los camioneros que se pasaron casi toda mañana haciendo sonar su
cláxones para protestar por la subida del precio de los carburantes, que
sonaban como alarmas antiaéreas. Y por si esto fuera poco, los medios de
comunicación daban cuenta de cinco buques de la Armada Española patrullando las
costas de Malpica, A Coruña y Ferrol.
Galicia no es un escenario de guerra ni mucho menos, pero
nada nos garantiza que no pueda llegar a serlo en cualquier momento. No es de
extrañar, pues, que cada vez más personas miremos al cielo con cierta
preocupación y congoja.