Él tenía los ojos castaños; había tomado su primer gintónic el día en que cumplió quince años; se había librado
de la mili por excedente de cupo y en una ocasión, en un vuelo Málaga-Madrid,
había coincidido con una estrella de la copla en la puerta de embarque del
aeropuerto; sufría de colon irritable y apenas hacía dos meses que se había
divorciado de una técnica en riesgos laborales que medía 1,67 m. Se subió al
tercer vagón del metro de la línea verde en Canillejas a las 8:47. Había cuatro
asientos libres, ocupó el que estaba más próximo a la puerta y abrió La
reina del sur por la página 129. Se pasó la mano por la barbilla y comprobó
que no se había afeitado.
Ella tenía los labios carnosos; le
chiflaban las aceitunas rellenas de anchoa y la primera regla le vino el día
que Felipe González firmó el Tratado de Adhesión de España a la Comunidad
Económica Europea; había roto con su novio de toda la vida por culpa de una
infidelidad de éste y en tres días se cumplirían dos años de la muerte de su
madre en un absurdo accidente de tráfico en la M-40. Esa mañana estrenaba un
suéter de lana virgen y desde que había subido al metro, en la estación de El
Capricho, intentaba resolver un sudoku de nivel intermedio.
Los dos apartaron la vista de sus
respectivos libros a un tiempo y sus miradas se cruzaron. Él la encontró guapa,
ella a él interesante. Ella se lo imaginó al lado de una chimenea en una cena
íntima con vajilla de diseño, velas y una música romántica de fondo; él, el
sabor dulce, suave y fresco del primer beso. Retomaron él la lectura de su
novela y ella la lógica numérica. El número 3 se repitió en la casilla del
medio y la reina del sur no conseguía huir de la página 130.
El convoy se detuvo en Alonso Martínez, ella se levantó y se dirigió a la puerta del vagón, allí giró ligeramente la cabeza. Durante el fugaz momento que duró el nuevo intercambio de miradas las dos almas se amaron intensa y apasionadamente antes de despedirse para siempre.
El convoy se detuvo en Alonso Martínez, ella se levantó y se dirigió a la puerta del vagón, allí giró ligeramente la cabeza. Durante el fugaz momento que duró el nuevo intercambio de miradas las dos almas se amaron intensa y apasionadamente antes de despedirse para siempre.
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