El cambio
climático ya no admite discusión alguna, pues son ya demasiadas las evidencias
de que el tiempo (o los tiempos) está(n) cambiando. Una de estas evidencias es
que, hasta no hace mucho, la época de apareamiento de la mayoría de las
especies animales solía empezar en primavera, pero en España, por lo menos este
año electoral, se están manifestando ciertos comportamientos propios de
animales en celo en pleno invierno. Uno pone la tele, da igual qué cadena, y no sale de su asombro al observar tanto comportamiento visceral, tanto
arrebato emocional, tanto frenesí y tanto afán, creo, copulador. Los noticieros
se parecen cada vez más a reportajes sobre la fauna y la flora de este país.
Uno ve los resúmenes de las negociaciones entre los distintos partidos con
representación parlamentaria y no puede sino hacer asociaciones (maliciosas)
con los documentales de la segunda cadena. Son reportajes con primeros planos
de pavos ibéricos paseando sus deslumbrantes plumajes por los reales jardines;
nos muestran perritos, con o sin pedigrí, que olisquean los culitos de sus
potenciales parejas sin mostrar ningún tipo de rubor; un gorila macho de
espalada plateada aparece de repente en escena rugiendo y golpeándose
con los puños en el pecho, a saber si para flagelarse por un desencuentro
amoroso o para ahuyentar a potenciales rivales; surgen zorros merodeando con
sigilo por los lugares más insospechados, no se sabe si con la intención de
buscar pareja o de zamparse a un inocente, cojo e incauto palomo; aquí y allí
se vislumbran hienas mirando a cámara con su fétida sonrisa; una veintena de
chimpancés, todos excitadísimos, de pronto dan en chillar, atizarse y morderse,
cual orgía sadomasoquista, se separan histéricos, cada uno encaramándose a su
rama, para, al rato, bajar de nuevo y volver a reunirse en amigable cónclave; y
todo ello con el león, el supuesto rey de la selva, semeja que harto de tanto
cortejo, bostezando indiferente en la sombra.
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