293. Reencuentro

C
ada
reencuentro con Berlín es siempre una experiencia. Allí el tiempo cronológico es
como el meteorológico: cambiante e imprevisible, por momentos pasa a toda
prisa, otras veces en cambio transcurre lento, muy lento. Berlín es una ciudad
frenética y a la vez tranquila; es muy mediterránea, a pesar de estar tan al
norte. Es una ciudad madrugadora y trasnochadora, siempre viva. Los turistas allí
se mimetizan mejor con el entorno que en otras ciudades, lo cual es de
agradecer. La climatología, ya haga frío, ya calor, es siempre óptima. Y luego está
ese olor inconfundible en el que se mezclan los aromas del currywurst, del kebab y
de la canela con las fragancias del perfume de Hugo Boss, de la flor de tilo y de la marihuana, así como con los destilados de cerveza, vodka y alcantarilla. La capital alemana es una ciudad tan abierta y tan poliédrica que a cada paso uno descubre
cosas a la vez sencillas y sorprendentes, incluso las
cosas más feas resultan bonitas. En Berlín uno siempre encuentra algo que lo llama, lo
aborda y seduce; se dobla una esquina, se topa con un grafiti que reza: “Was
gibt’s Neues, Alter? (¿Qué hay de nuevo, viejo?) y uno se siente tan joven...
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