lunes, 27 de septiembre de 2010

19. Torero

En esta fotografía un amante de los toros verá sin duda un aprendiz de torero que, ingenuo y dominado por el entusiasmo, sueña con la faena perfecta: un toro con presencia y casta que embiste con bravura y nobleza, buscando siempre la muleta; se imagina a sí mismo citando al animal desde el centro del ruedo y recibiéndolo sin moverse ni un milímetro de su sitio, sujetando la muleta con la izquierda y la derecha apoyada en la cadera, provocando al toro con el ceño fruncido y sacando mentón, encadenando con autoridad, arte y mucho temple una serie de muletazos de hermoso y largo recorrido, como si el toro y él estuviesen representando una coreografía largamente ensayada que emociona y provoca el delirio de un público entregado.

Un antitaurino verá seguramente un adolescente triste y disgustado, un pobre chico que acude a la escuela de tauromaquia por la insistencia e intransigencia de su padre, su abuelo o cualquier otro familiar autoritario y desalmado - otra forma más de maltrato infantil. Verá a un chaval desubicado y en un entorno hostil, que cierra los ojos precisamente para no percibir la violencia y brutalidad que late a su alrededor, en un intento de convertir mentalmente el coso en una cancha de baloncesto, un campo de fútbol o un patio de colegio.

Un artista, pongamos Picasso, es posible que perciba (o percibiese) sólo una abstracción minimalista de la fiesta: un torero que no lo es aun, un público que no está, un pasodoble cañí que apenas se intuye en la memoria, un toro que en ese preciso instante está a punto de ser engendrado por un macho bravo entre las encinas de una dehesa salmantina. Una abstracción, en fin, que percute en el cerebro del artista provocándole una hemorragia de emociones que inunda de estética irracional su instinto más salvaje.

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