sábado, 22 de septiembre de 2012

106. Mentiras

Ya estamos con la precampaña electoral y en los bares, en las colas del paro, en los pasillos de los ambulatorios y en las salas de los tanatorios se habla muchísimo de política; con tanta pasión y con tanto desconocimiento como cuando se habla de fútbol, de salud o de Dios. Sin ir más lejos, la semana pasada en el autobús fui testigo privilegiado de un diálogo entre dos señoras de mediana edad que ocupaban los dos asientos justo delante del mío. En un momento de la conversación una de ellas afirmó categórica: - las mentiras siempre se encajan mejor que las verdades, y no sólo en política, sino también en el amor o en los asuntos relacionados con la salud. En un primer momento pensé que aquel era un juicio poco acertado y que contenía considerables dosis de malicia y cinismo. Pero un par de horas más tarde mi frutero me hizo cambiar radicalmente de opinión. Mientras éste le pesaba unas peras limoneras y unas cebollas moradas a una clienta, la señora aprovechó para preguntarle: - ¿Y por qué son negras unas ciruelas y, en cambio, otras son amarillas?  El frutero escrutó brevemente a la señora por encima de las gafas que se sostenían milagrosamente en la punta de su nariz y le respondió: - Es algo muy elemental, señora, porque unas crecen al sol y las otras a la sombra. – ¿Y cuáles son las que crecen al sol?  quiso saber entonces la señora. – Las negras, - aclaró el frutero - por eso son también las más dulces. A mí me sorprendieron sobremanera su imaginación y su agilidad mental, y él me pareció una de esas personas que, a pesar de su escasa erudición, tienen respuesta para todo y para todos. Estoy convencido de que si en vez de la señora esa pregunta se la hubiese planteado yo, seguramente me hubiese salido con que unas ciruelas provienen de África y las otras de Asia, que unas son de regadío y las otras de secano o que unas son nacionales y las otras de importación. Ese día descubrí que mi tendero tiene una portentosa inteligencia emocional (y comercial) y sabe lo que cada cliente quiere y necesita oír, es decir, posee eso que en política algunos denominan carisma.

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