miércoles, 5 de septiembre de 2012

101. Puta

Evelio siempre ha sido un chico formal y algo introvertido. A su novia, Rita, la conocía desde la época del instituto y estaba enamorado de ella hasta las trancas. Hacía poco que habían alquilado un apartamento y se habían ido a vivir juntos. Todo marchaba bien y ya habían hecho planes de boda y todo. Pero cuando la felicidad parece perfecta algo viene siempre a fastidiarlo todo. Como todas las tardes, él salió a pasear al perro y de camino a casa se paró a comprar media docena de cocadas, los pastelitos preferidos de Rita - para darle a ésta una sorpresa. Pero sorpresa, y de las grandes, fue la que se llevó él, pues la sorprendió con Borja, un amigo común, fornicando en el sofá, y con un frenesí y con una pasión que él nunca le había visto antes a su novia. El shock sufrido por Evelio fue tal que requirió varias semanas de internamiento en un centro clínico. Mostraba una sintomatología propia de un autista, así como una rara especie de afasia que sólo le permitía articular una única palabra: “puta”. La afasia le habría de durar aun un par de meses después de haber recibido el alta médica. Durante ese tiempo, cuando Evelio pedía un café en el bar decía: “¡puta!”; si celebraba un gol de Hugo Sánchez mirando un partido del Real Madrid, gritaba: “¡puta! ¡puta!”; si le avisaban de que su madre había preguntado por él, respondía: ¡puta! Mas el tiempo todo lo cura y Evelio acabaría recuperando totalmente el habla y volvería a ser el de siempre, o casi. A su novia no le perdonó nunca y jamás volvió a dirigirle la palabra. Pero a Borja, con el paso de los años, poco a poco volvió a tratarlo. En una ocasión que hablaron los dos a solas, de hombre a hombre, aquel rubricó su razonamiento con un cínico: “¿y tú que hubieras hecho en mi lugar?”. Aunque Evelio nunca hubiera obrado como Borja, el argumento le pareció ajustado a la ética y moral propia de los hombres de éxito y lo aceptó como una disculpa sincera. Además, su amigo trabajaba en la Caja de Ahorros y pensó que como aquel se sentiría en deuda con él, siempre le podría hacer un favor cuando fuese necesario. De hecho, gracias a Borja consiguió una vajilla de cerámica de Santa Clara que la entidad bancaria sólo financiaba a los clientes especiales y alguna vez que se producía un descubierto en su cuenta corriente aquel siempre le llamaba antes de que la Caja devolviese un recibo domiciliado. Después de Rita, Evelio no volvió a tener pareja y todos estos años ha llevado una vida rutinaria, tranquila y austera, dedicado a su perro, a su trabajo de montador de muebles y ahorrando todo lo posible. Una mañana que pasó por la Caja, Borja le habló maravillas de unas participaciones preferentes con las que podría incrementar considerablemente su capital, una inversión segura. A Evelio lo de preferente, le sonó bien y siguió el consejo de su amigo. Invirtió todos sus ahorros, unos 70.000 euros. Cuando al poco tiempo estalló el escándalo, Evelio no podía dar crédito a lo que le estaba pasado. El mundo se le vino encima y volvió a sufrir otro gran shock. Los síntomas fueron más o menos los mismos que cuando lo de su novia. Pero esta vez la cosa parece más grave, pues va a hacer dos años de su recaída y no muestra síntoma alguno de mejoría. Se le ve totalmente destrozado y deambulando por el barrio como un alma en pena. A su amigo Borja lo trasladaron a otra sucursal, pero sigue conduciendo su Audi todoterreno y acaba de dejar a su mujer, con la que tiene tres hijos, para instalarse en un ático de la zona vieja con una joven de origen colombiano 20 años más joven que él. Esta mañana me encontré a Evelio, estaba parado delante de un enorme peluche que hay a la entrada de una tienda de chuches. Lo saludé con todo el afecto que cabe en las palabras “¡adiós, Evelio!” Él se volvió con su expresión triste, me devolvió el saludo, -¡puta!- y continuó calle abajo.

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